La cárcava es una erosión del terreno formada por correntías de agua que encuentran una tierra desnuda o demasiado frágil para oponer resistencia a la fuerza de la corriente.
El campo escondido en los recovecos de la metrópolis, maltratado por las grandes infraestructuras que soportan nuestra “calidad de vida”, apenas ofrece pequeños reductos de vegetación salvaje. Raíces y musgos se ven expuestos al desgaste del terreno, a la agresión a la fertilidad de la tierra. Todo aquello que verdaderamente nos sustenta, está dañado, cortado, horadado… aunque cualquier mínima conjunción de agua, bacterias, hongos y raíces, hacen brotar vida.
En el proyecto Cárcavas del territorio, el carboncillo perfila estas cavidades en una serie de dibujos. Estos van acompañados de mapas que ayudan a localizar geográficamente el lugar donde se halla la cárcava, cambiando así la escala desde lo micro, el detalle de la raíz desnuda o el trébol que brota en la hendidura, a lo macro, el territorio que circunda la ciudad, la metrópolis y la biorregión. Desde las sierras que recogen el agua para verter al Guadalquivir, hasta lugares donde se amansa y llena charcas en Doñana, todo el ecosistema es dependiente de todos su elementos, aunque nos empeñemos en desmembrar, dividir y horadar.
El metro pasa veloz por encima de las mareas que llegan a la ciudad, la dehesa calma es un reducto de vegetación antes de irrumpir en el bullicio del tráfico. En oposición a esta velocidad, en la cornisa brota el agua creando pequeños vergeles en antiguas minas de agua, ahora abandonadas. Ignoramos los pequeños milagros necesarios para la vida, y corremos a la ciudad en busca de una fuga continua e insatisfactoria.
Junto a las cárcavas y los mapas, también se anotan dibujos pequeños de árboles concretos, cercanos a cada una de ellas, y verdaderos protagonistas que sujetan y nutren el territorio. Sus raíces y micorrizas son el verdadero milagro de la vida.
Exposición en la galería Weber-Lutgen. Abril 2025.
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